“… La constante duda que acompaña la experiencia amorosa… En el salto al vacío de esta entrega no caben dudas; sin embargo, allí están, vigilantes, acechando el alma enamorada, prontas a cualquier descuido”. Mauro Bertero Gutiérrez
No llega la primavera cuando queremos y mucho menos la del corazón. Tampoco es puntual. Como joven caprichosa e indócil, se adelanta o se atrasa, siguiendo las cada vez más frecuentes variaciones del clima y los estados interiores del alma. Este año florecieron tempranas las flores del ciruelo y del espino albar. Se atrasaron los lirios y los tulipanes. Sin embargo, cumplieron sus tiempos los narcisos, deseosos de mirarse un año más en el espejo de la fuente.
Cuando alguien deja de mirarse el ombligo, a veces se enamora. “Enamorarse” es envolver en amor, aunque realmente es un estado alterado de conciencia en el que es difícil distinguir, si envolvemos al Otro, o nos envolvemos a nosotros mismos. Si realmente salimos de nosotros para darlo todo o si, sencillamente, lo que hacemos es ampliar nuestro propio reflejo, proyectando fuera lo que creemos no tener dentro. El enamoramiento recíproco y correspondido podría ser un juego de espejos que se reflejan hasta el infinito: “veo que ves que te veo verme y que ves que te veo…”.
Como bien comenta el escritor, amigo y tocayo, Alfonso Gumucio en su blog “Bitácora memoriosa”, Mauro Bertero nos remite en sus poemas a las estaciones del amor, a ese tierno laberinto, que refleja más allá del enamoramiento de una pareja, el enamoramiento del amor mismo, ese “sentimiento de dependencia amorosa, ese estado a la vez mágico y doloroso, que nos permite desplegar un entusiasmo adolescente, no forzosamente inmaduro, sino en permanente crecimiento”. El enamorado adolece, padece una pasión que le arrastra. Sería una primavera del corazón, y “la primavera la sangre altera”.
Hay personas que, tras sufrir un desengaño amoroso, deciden pasar para siempre al otoño amarillento de las hojas caducas o al invierno del corazón helado y la nostalgia de los días felices; creen que nunca jamás serán con alguien más “agua del mismo arroyo, ni aliento de la misma brisa”. Pero hay otras, enamoradizas por naturaleza, que renuevan primaveras y, como diría Antonio Machado en La saeta, “todas las primaveras andan pidiendo escaleras para subir a la cruz”. Continuamente atiendo a consultantes, solos o en pareja, mujeres y hombres que tan pronto se encuentran “crucificados” en su relación amorosa, como “resucitados” y embelesados en una permanente montaña rusa de subidas a las alturas y descensos a los infiernos. Les va el movimiento, la movida, la intensidad de los gozos y sus sombras.
Sin embargo, una primavera del corazón no es forzosamente un renacer del amor por la misma o por otra persona. Puede que se libere una visión, una misión personal en la vida o una creatividad pionera. Esto le ocurrió a Camille Claudel, ex alumna y ex amante del gran escultor Auguste Rodin. A partir de la ruptura traumática de la pareja en 1898, ella creó obras íntimas, que remiten a la naturaleza, a las escenas de género y a las alegorías universales. A los cien años de la muerte de Rodin, ella ha merecido un museo propio a orillas del Sena y a cien kilómetros de París. Insólita e inesperada primavera del corazón.
Al final, volvemos al principio y a sus ciclos: la visión del diplomático y poeta, Mauro Bertero Gutiérrez: “El amor no idealizado, el amor de todos los días, el amor que sueña, encanta e inspira. El que ríe y llora, el que se resiste a la rutina y se reinventa para seguir adelante”.
Alfonso Colodrón
Alfonso Colodrón es escritor, terapueta Gestal, facilitador de talleres transpersonal y conferenciante. Autor de libros como Palabras al aire, Las pasiones Capitales – Iniciación heterodoxa al Eneagrama, entre otros de la Editorial Mandala. www.mandalaediciones.com